Un fin de semana más. Una jornada más. Y van quedando menos. Cinco exactamente. El ascenso directo, una quimera. Y no habrá sido por falta de oportunidades.
Ahora hay que olvidarse del ascenso directo. Puede que al final, por alguna especie de milagro divino, se logre. Pero esa ya no es nuestra liga. Ya se nos pasó ese tren de poder soñar con un ascenso por la vía rápida, sin peajes –ni amarguras-.
Ahora toca desviarse y tomar la carretera secundaria, la que presenta baches y desperfectos. Sí, ambos caminos llevan al mismo destino, pero no con la misma rapidez y tranquilidad.
Todos queríamos coger esa carretera llana, que nos lleve de una pieza a nuestra meta. Y así hemos ido todo el viaje, pero a última hora nos ha fallado nuestro GPS; o tal vez han sido las ruedas, que les faltaban aire. Sea como fuere, nos descarriamos.
No hay vuelta atrás, es muy difícil volver a esa travesía de ensueño; no hay ningún desvío que nos permita incorporarnos de nuevo. Ha sido culpa nuestra, deberíamos haber salido más preparados para cualquier imprevisto. Culpa del conductor tal vez; o de los mecánicos. Se podría haber preparado mejor el coche, se podría haber elegido un mejor conductor. Incluso se podría haber pasado por el taller cuando se podía, en busca de mejoras. Se podían haber hecho muchas cosas, pero el coche es el que es. ¿Para qué buscar culpables a estas alturas?
Por el camino no paramos de encontrarnos gente que nos quiere, que nos apoya en el objetivo. Llueva o haga sol, hacen la ruta a la vera nuestra. Incluso cuando cambiamos de camino, ellos tomaron el mismo, intentando hacer lo imposible para encausar el camino. Esa es la mejor gasolina.
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