“Ganar no es lo importante siempre y cuando ganes” decía el mítico Vinnie Jones para referirse a los diferentes niveles de relevancia que puede presentar el fútbol. Y una vez habiendo ganado, podemos citar al galés para referirnos al elemento de mayor importancia que el sábado se presenció por las calles de Córdoba: la magia del fútbol y el hermanamiento entre las afición califa con la de la UD.
Varias decenas de aficionados nos desplazamos hasta la histórica ciudad andaluza para presenciar en vivo el encuentro que enfrentaba a Las Palmas contra el Córdoba CF. Muchos de ellos portando la casaca amarilla desde que su avión llegara un día antes a Sevilla y otros se acercaron de diferentes puntos de la geografía peninsular, pero todos con un mismo objetivo, vencer y disfrutar de una experiencia de fútbol.
Foto publicada por @cordobamania |
Poco a poco se fueron sumando algunos amarillos más y la alegría y el intercambio de bufandas fue tal que costaba discernir entre quiénes eran de cuál equipo. Los cánticos y los regalos se sucedieron en el local junto con las risas y el pique sano. Sobre las 7 se desplazaron los últimos hacia el estadio y sólo el sistema de seguridad del Arcángel pudo separar el alma unida de ambos grupos. Una vez dentro, se cruzaron una mirada mutua desde cercanos puntos del estadio y empezaron a animar cada uno a su equipo. Comenzaba la tensión. Unos 70 aficionados amarillos portando varias banderas cantaban como si de una jornada de Playoffs se tratara.
En las inmediaciones del estadio |
El partido se iniciaba y con los disparos de Aranda la emoción y la fuerza se acrecentaban. Entre los nuestros ocuparon asiento algunos seguidores blanquiverdes contrariados porque previamente todo había sido risas y alegrías, pero ya el hermanamiento había entrado en periodo de pausa. Con el gol de Tana poco antes de que acabara la primera mitad, el estadio enmudeció y todas las miradas se dirigieron al único sector que hacía ruido, y mucho. Llegó el descanso y con él el bajón de muchos de los allí presentes, al fin y al cabo era el único momento de tranquilidad del que dispusieron en todo el día.
Con la reanudación, un Xisco recién entrado metió miedo a la afición amarilla con un cabezazo que poco le faltó para entrar. Se iba a sufrir y se sabía, pero el grito era claro “Este partido lo vamos a ganar.” Nadie tenía dudas de ello hasta que, a falta de 15 minutos para el final el árbitro le enseñó la segunda tarjeta a un Momo que se dirigió impasible al vestuario. Esto, junto a un par de acciones en las que el aforo local pedía penalti, crearon un estado de nerviosismo entre la zona amarilla palpable y evidente. Se redujeron los cánticos, muchos recurrían a las pipas y las uñas como placebo de Tranquimazín, otros agarrábamos con fuerza lo que tuviéramos cerca. Pero todos veíamos como los segundos pasaban como babosas arrastrándose por el suelo (o junto a Barbosa arrastrándose por el suelo).
Finalmente el pitido llegó junto al resultado esperado y la victoria se celebró brevemente para pasar a un segundo plano con el cántico “El Córdoba y Las Palmas, unidos estarán,” algo que la hinchada local agradeció con un aplauso y cantando “Chicharrero el que no bote,” un diálogo que llegó a su fin con ambos grupos cantando al unísono “Sevillano el que no bote” para despedirse. Los canarios sin querer marcharse, cantando y celebrando la victoria, supimos que se había dado un pequeño paso hacia algo grande. Tal vez nos equivoquemos, pero sin duda debemos confiar en que este año se puede ascender, porque si algo tiene la Unión Deportiva Las Palmas es una afición de primera división, con seguidores por todo el mundo. Es por ello que a buen seguro volveremos a primera y -parafraseando a Casablanca- si ese avión despega y no estamos con él lo lamentaremos, tal vez no ahora, tal vez ni hoy ni mañana, pero más tarde, y para toda la vida.
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