El Delorean(#4): Meroni, la farfalla granata



Todos los futboleros y no tan futboleros conocemos la historia de ese gran Torino que enamoro a Italia con su futbol, ese futbol total que rara vez se daba en Italia. Un equipo que cualquier aficionado “granata” se conoce de memoria con el gran Valentino Mazzola, Menti, Rigamonti, Gabetto, Marozo, Ossola… etc. La desgracia se cebó con ellos cuando un 4 de Mayo de 1949 el avión que llevaba el equipo camino a Lisboa se estrella contra la basílica de Superga. No se salvó nadie, solo hubieron dos supervivientes, dos jugadores que quedaron en tierra, Sauro Toma lateral izquierdo que sufría una lesión y por consejo de Mazzola se quedó en tierra para recuperarse y Ladislao Kubala que tenía a su hija enferma.

Torino se sumió en años de crisis, su público no dejaba de anhelar a aquel equipo de ensueño que enamoro a medio mundo pero en el año 1964 un chaval de 21 años llamado igual que el piloto del avión que se estrelló en Superga iba a hacer olvidar a todo el Filadelfia aquella tragedia. Como si el destino fuera caprichoso Gigi Meroni aparecía en Torino, desde el primer momento la gente noto que era diferente, el nació salvaje como aquella canción de Steppenwolf, destacaba por ser un extremo diferente,  con el 7 a la espalda tenía una elegancia, un regate de diamante y una rebeldía que le haría famoso.



Como si de un quinto Beatles se tratara, Meroni fue un bohemio del futbol, era poeta, pintor y por las calles de Turín paseaba siempre acompañado de su mascota...un gallo! Así era Meroni, un hombre diferente, un hombre que como aquella canción de Judas Priest rompía la ley que siempre se le imponía, se negó a cortarse el pelo cuando el seleccionador italiano de la época lo exigía. Tras 20 años de sequía, la farfalla granata volvió a poner a su equipo en la órbita de los grandes del futbol italiano y devolvió al Toro a Europa a base de grandes tardes de gloria.

Pero una vez más la tragedia se cruzaría nuevamente en  la historia del Torino, un 15 de octubre de 1967 el Torino había ganado 4 -2 a la Sampdoria, Meroni había dado una clase magistral de futbol aquella tarde pero el entrenador concentro al equipo esa misma noche porque el miércoles tenía un partido en Europa. Meroni junto a su compañero Polleti le pidió al míster salir un momento a por unos helados, el míster lo miro y no pudo negarse “Ok, pero volved rápido”. Una vez más el rebelde Meroni se salió con la suya, ese muchacho bohemio, que en su boda con la tímida chica turinesa llamada Cristiana en el momento que el cura dijo “¿alguien quiere objetar algo más?” el levanto la mano ante la sorpresa de todos y dijo “yo! que ella me quiere a mi” la agarro de la mano y salió corriendo de la iglesia. Ese mismo muchacho rebelde no pudo esquivar a la muerte en Re Humberto  al volver al hotel de comprar su helado.  



Ese extremo bohemio, poeta, pintor, amante del jazz que tantas defensas quebró, con ese regate eléctrico y esa velocidad no pudo hacer su ultimo regate a la muerte, fue atropellado por un Fiat conducido por Attilio Romero, un chico de 18 años que se había sacado el carnet recientemente y que era un fanático de Meroni, tal era su fanatismo por el Beatle italiano que vestía como el, llevaba el bigote como él y su habitación estaba empapelada con sus posters y fotos. Agonizante murió en el hospital con tan solo 24 años rodeado del cura que le enseño a jugar, de Polleti, sus mejores amigo y de su mujer Cristiana.

Attilio Romero cayó en una profunda depresión la cual pudo superar gracias a su padre que era un famoso medico en Turín y experto en esa enfermedad y como si el destino fuera caprichoso 34 años después Attilio Romero, ese muchacho que detrás de un volante había accidentalmente atropellado a su ídolo, consiguió la presidencia del Toro y bajo su mandato consiguió dos ascensos y lo más importante, habia puesto en la ciudad el monumento y reconocimiento a su gran ídolo Meroni.

Meroni era un tipo diferente, son de esos tipos que ya no quedan en este futbol-negocio de hoy en día, aun guardo la esperanza de que algún día de la nada aparezca otro Meroni que lleve al Torino a donde merece, la gloria más absoluta.




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