CARTA ‖ LA SANGRE QUE ME BAÑA DE AQUEL NIÑO...


… Me tiñe el alma de amarillo y de azul el corazón. Gracias a ti por pintarlo, por hacer socio numerario a ese niño de tres años. Tú que celebraste un gol abrazando a Morete y que tanto disfrutaste el  de Sequeiros contra el Tete. Tú que hasta que tuviste fuerzas solo te perdiste tres partidos, tú que te desgañitaste gritando pío pío.

Gracias porque tu afición incondicional siempre daba algo más, por contagiarme este amor desde la cuna, por llevarme tras tu último ascenso al Cristo de la Laguna, Teror  era una promesa demasiado habitual para un amor tan especial.  Un amor de primera categoría, donde tal y como querías tu corazón dijo que no seguiría. Seguramente para no ver  aquel penalti de Olías, ese gol de Marioni, un cambio de estadio sin explicaciones.

Tanto te echamos de menos, que además de descender, sin ti estuvimos a punto de desaparecer, unos  malos gestores casi se llevan por delante al club de tus amores.  Pero resurgimos con un gol de Nauzet, ese niño cuya madre compraba  en la tienda que tú regentabas,  esa que cerraba el día que la Unión Deportiva jugaba.

El Tatono ahora es el Granados, pero con tu hijo a mi costado, parece que nos has acompañado, que fuiste tú el que hizo reír a la grada, el que no fallaba jornada tras jornada. Junto a ti aprendí la socarronería que tus palabras desprendían,  esa expresión indignada pero resignada que tu rostro me enseñaba cuando el equipo no ganaba.

Gracias por los valores que tus ojos vidriosos me inculcaban cuando la historia de Tonono y Guedes me narrabas. Los mismos que yo intento trasmitir a los que vienen. Tu nieto el pequeño ha heredado tu afición ferviente, pues tiene alma de ultranaciente y la bufanda de su abuelo tapándole la frente. El anterior ve los partidos a mi lado, aparentemente calmado, pero en el fondo igual de apasionado.

El año pasado, tras estar a punto de caer del risco nos quedamos a un peldaño del paraíso, entrenados por el mismo manchego que recuperaba balones con esmero. Sí abuelo, el de la madre campechana y dicharachera que se sentaba en el Insular a nuestra vera.

Unos desalmados dejaron el corazón de una isla desangelado, pero con la herida cicatrizada, la verdadera afición volvió más ilusionada, con tanta fuerza que desde arriba oíste nuestros cánticos, reconociste nuestra bandera y esbozaste una sonrisa que iluminó a la isla entera. Porque nadie como tú supo trasmitir los valores de un sentir, de una ilusión, la misma que nos ha llevado de la mano a la máxima división.  Mereció  la pena la espera, abuelo, SOMOS DE PRIMERA.
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