En un extraño momento de hastío veraniego se me vino a la mente el personaje Maradona, otrora gran futbolista (sino el mejor) que alumbró el fútbol hasta hace bien poco.
Y se me vino por, como no, unas declaraciones que dijo hace pocos días sobre Cristiano Ronaldo: “Es el mejor jugador del Mundo, junto a Messi”. Anteriormente
sobre Messi ha dicho que es el mejor del mundo, que será su digno heredero, que llevará a Argentina a la Copa del Mundo.
¿Extrañas declaraciones? ¿Estaba el Diego bajo los efectos de un embriagador fado? No, simplemente tenía la imperiosa necesidad de saltar a la palestra, de verse en las tapas de los periódicos, de ser nota radiofónica, y de tener sus minutos de gloria, aunque para un servidor sean ya sus minutos de la basura.
No seré yo quien cuestione a Maradona jugador: quizás el mejor jugador de la historia, si Lionel Messi no lo remedia. Sus hazañas sobre el verde tapete han merecido todos y cada uno de los homenajes recibidos en forma de libros, canciones, documentales, películas y poemas. Dejemos la Iglesia Maradoniana a un lado.
Precisamente en el lado oscuro de ese jugador, que a día de hoy está completamente fagocitado por este personaje exacerbado. Esa necesidad de ser noticia le añade un plus de exhibicionismo que le hace capaz de subirse a la ola que esté en ese momento de moda (en el último caso las loas al crack portugués) o, de lo contrario, remar contracorriente por el simple gusto de llevar la contraria. Como, por ejemplo, no dedicar buenas palabras a otro dios del olimpo balompédico como es Pelé, del que siempre recuerda que, según él, “debutó con un pibe”. Al brasileño siempre le reprocha ser un títere de la FIFA y del “establishment” futbolístico.
Y es que, tristemente, a día de hoy para las noveles generaciones Maradona es eso: un excéntrico personaje del que se dice que es entrenador en una trayectoria paupérrima, por no decir horripilante y esperpéntica. El mismo que es capaz de traicionar su amor al Ché, y su afiliación socialista, para dejarse embelesar por los petrodólares dando un salto cuantitativo, que no cualitativo, a su exiguo currículum tras la línea de banda (¿Se acuerdan de Pelé?). Es triste que haya que recurrir de la infinita videoteca del Youtube para atisbar al tótem que proyecta la sombra que es ahora.
Tuve la suerte de disfrutar del Maradona futbolístico, pero no era mi mayor ídolo, ni siquiera de lejos. No obstante yo también he sufrido mis decepciones con otros jugadores a los que idolatraba y a los que ahora veo desde la distancia, algunos con cierta frialdad y otros con desprecio absoluto.
Un caso particular es el de Javier Saviola, ídolo riverplatense, tengo su camiseta con su 7 a la espalda y su nombre. Tras su fichaje por el Barça, y tras unas temporadas irregulares (con varias cesiones incluidas) fichó por el Real Madrid tras quedar libre. Despechado por la falta de confianza otorgada por Rijkaard y Laporta tomó rumbo la Castellana. Juro que jamás pensé que fuera capaz, ese jugador que creía íntegro, que siempre mostró un respeto a los idearios futbolísticos que cualquier hincha de fútbol considera ley, traicionar a una camiseta a la que tantas veces defendió.
Tras una opaca partipación en el club de Concha Espina hizo caso omiso a los cantos y ofertas que le llegaban desde su cuna, a los llamados que recibía todos los días por parte de directiva y afición de River Plate y claudicó, una vez más, en esta ocasión ante el vil metal, y marchó con sus goles (sic) a Lisboa a defender la “vermelha” camiseta de las Águilas. Es más, a día de hoy, soy incapaz de poner la mano en el fuego asegurando que jamás vestirá la camiseta de Boca Juniors.
En definitiva, los jugadores son personas corrientes como nosotros con la habilidad de manejar a su antojo a la pelota, tan sólo eso. Esto, que parece ser una obviedad, a los aficionados a veces se nos olvida arrastrados por la pasión del juego, de la grada , del gol, de una crónica deportiva edulcorada o simplemente por dejarnos atropellar por la maquinaria del Marketing.
Somos los culpables de esta situación, los propios aficionados elevamos a los altares a personas corrientes, hechas de la misma pasta, de la misma arcilla que nosotros, por ser buenos jugadores en un deporte, un juego, algo sin duda trivial, a pesar de toda la pasión que desborda, de todos los sueños y anhelos que aúna. Y ahí quizás esté nuestro pecado, el de los aficionados. Ellos no son héroes, marcar tres goles no es una heroicidad, lo es sacar adelante a una familia en un trabajo precario con un cinturón que de tantos agujeros no hay cintura en la que apretar.
Es por ello que hace tiempo que no pongo nombres en mis camisetas de fútbol, algunas han quedado inmaculadas pero otras están ya manchadas. Me ahorro así un disgusto, al fin y al cabo, el club y la afición es lo único que permanece inalterable con el paso del tiempo.
Dejemos pues de crear falsos ídolos, nuestro respeto, y la veneración si llega, debe ser ganada con muchas muestras de sacrificio, trabajo y honor a la camiseta que vistan, y con una clara demostración de fidelidad a la camiseta.
Retomando a Maradona, una de sus más célebres frases es la que pronunció en su partido de despedida, en una Bombonera a reventar, en la que aludía a que le dejaran en paz, que no sacaran sus debilidades (carnales y químicas) cuando hablaran de él y su fútbol, dijo aquello de: “La pelota no se mancha”. Pues eso Diego, deja de mancharla.
NdR: Poco después de redactar esta nota, Maradona había sido despedido de su club y andaba liado reclamando la totalidad del contrato firmado, aproximadamente unos 34 millones de dólares.
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