24 horas después y aún sigo mal, bajo shock, me cuesta escribir aunque me he propuesto hacerlo porque supongo que me ayudará a metabolizar toda el tsunami de emociones que desde ayer me han arrastrado a la mayor de las desolaciones.
No ascender era una posibilidad, la teníamos presente, pero nos parecía lejana, y menos cuando en el minuto 90 el equipo tenía el partido controlado, y sólo quedaba dejar morir el cronómetro en tres exiguos minutos. Hasta que llegaron "ellos", como bien canta Luis Quintana en su tema.
La UD en su historia ha escrito varias páginas llenas de glorias, donde en muchas ocasiones la afición ha sido partícipe y protagonistas de ellas. Pero ayer, para nuestra desgracia, se ha abierto un nuevo capítulo en la historia negra del fútbol, y de momento somos los únicos protagonistas. Hay casos de hinchadas que cuando su equipo no se juega nada, piden perder a sus jugadores para perjudicar al máximo rival (recuerdo un Gimnasia y Esgrima de la Plata contra Boca, para perjudicar a Estudiantes), pero nunca, jamás en la historia, una acción claramente realizada por una (parte) de la hinchada local perjudicó de una manera catastrófica a su propio equipo a punto de lograr un éxito.
El sabotaje al ascenso, quienes nos cerraron la puerta de la élite, no vinieron de fuera ni vestían de negro, son gente de nuestra isla, parte de nuestra sociedad y que convivimos con ellos día a día. Se dirán, se autoproclamarán aficionados de la UD La Palmas, pero son sus actos, y nos sus palabras, quienes hablan por ellos. Y por suerte sus caras han quedado registradas en cientos de vídeos y fotos para que su vergüenza (que no es la nuestra) no se olvide jamás.
La próxima temporada me volveré a abonar, mi vinculación a la UD Las Palmas está por encima de categorías, presidentes y/o jugadores. Estaré animando cuando nos toque jugar contra la Llagostera, y los que ayer saltaron al campo, lo más seguro que estarán en las terrazas o pirateando la señal en su casa para ver jugar a Messi o Cristiano.
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